La chica del pelo raro es mi novia
Sí,
la chica del pelo raro es mi novia.
qué quieres. A veces paso mi mano
por su pelo loco y no se acaba nunca
ese gesto de peinarla,
y no se acaba nunca
ese roce en mis dedos
de las mechas y el manicomio,
de las horquillas y la camisa de fuerza,
de la melena y las paredes acolchadas,
loco su pelo,
prisión peinada de sí mismo.
Qué quieres: encuentro cosas.
En su pelo mueren tantas moscas, tantos
trozos de la vida, tantos
pedacitos de rutina: hebras
de tabaco (podría a veces fumarme su pelo),
hebras del césped donde rodamos los domingos,
chicles (tantos) que estaban en la hierba,
como un pelo que roza otro pelo,
la hierba,
un cabello que contamina otro cabello,
los domingos;
pero sobre todo moscas
muertas
en su pelo encuentro cuando paso la mano
para peinarlo y ver si deja de ser raro, qué
quieres: se burlan de mí cuando la miran,
se burlan,
moscas muertas,
todas esas alas que las moscas traspapelan
en el libro barato de su cabello.
A veces me he corrido en su pelo
cuando el sexo oral
de los viernes.
Lo hago a posta.
Mi semen es el chicle que queda de mi cuerpo
algunos viernes en su pelo,
mi novia mastica el chicle
quince minutos más o menos
para que el chicle encuentre el camino
hacia su extraña forma de peinarse. Me corro
a posta en su pelo,
no es fácil: soy malvado. Ella
no se queja por tener semen en el pelo,
tiene moscas muertas y tabaco y césped
universitario.
Tiene semen, ahora.
Luego paso mi mano por su pelo
largamente
porque quiero peinarle las moscas,
la hierba, el tabaco,
mi semen,
el amor,
la mierda del amor,
las moscas del amor,
y no se acaba nunca
el gesto de peinarla,
y no se acaba nunca,
no.
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